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Considero que es una gran suerte poder dedicar casi todo mi tiempo a conocer y
compartir las maravillas que los grandes compositores nos han legado. Me gusta
esa sensación espléndida de transmitir al público aquello
que a mí me deleita.
Cada movimiento de la batuta dibuja en el aire un
interrogante: Amigos, ¿os parece esto tan hermoso como a mí me lo
parece?; y otro: ¿os conmueve como a mí me conmueve?
En efecto, es una gran suerte hacer sonar hoy la música de siempre y
también aquellas obras nuevas que espero lleguen a ser de siempre. Hay
una tensión que convierte lo clásico en actual y que, cuando se
produce, también eleva lo actual a la categoría de
clásico; por ello defiendo la actualidad de la música de Bach,
Mozart, Mahler o Ravel ... y me gusta contribuir a que sus obras nunca sean las
mismas. Como el río de Heráclito, las aguas del río de la
música son siempre distintas, aunque su cauce sea siempre el mismo:
así, el intérprete colabora a que la música forme parte de
la vida, e incluso a que gracias a ella los oyentes puedan olvidarse, aunque
sólo sea durante algún tiempo, de los problemas de cada
día. Pero, por encima de esta ayuda a la evasión, está el
hecho de que toda vivencia artística puede ser estimulo de nuestras
facultades anímicas e intelectuales a la hora de vivir nuestra
condición humana y de vivir, enfrentar y resolver nuestros problemas
individuales y en colectividad. Lo que es la Música y su poder ha
quedado hermosamente expuesto por Goethe al decirnos que El clave bien
temperado de J. S. Bach podría reflejar muy bien aquello que Dios
sentía en sí mismo inmediatamente antes de la creación del
mundo.
Un intérprete de hoy en día debe disponer de un amplísimo
repertorio. En varios siglos se han ido acumulando obras maestras. Hay,
además, un deseo de acrecentarlo con nuevas composiciones, con la
música de nuestra época -si bien cabe la pregunta ¿cual es
la música de mi época ... ?
Ese repertorio atesorado por los siglos se acrecienta también con la
búsqueda y, a veces, con el descubrimiento de joyas escondidas: a todos
nos hubiera gustado ser Mendelssohn descubriendo a Bach.
Tiene importancia, en fin, la colaboración con los intérpretes:
instrumentistas y cantantes, que, agrupados en orquestas y coros, siguen siendo
un conjunto de seres humanos, un instrumento que piensa.
Muchas veces el intérprete dedica más tiempo al estudio de una
obra que el compositor a su creación. Considero un reto fascinante que
en sucesivas interpretaciones la obra vaya madurando, en vez de ir
envejeciendo.
Parece lógico pensar que dos directores que tengan diferente
personalidad y pensamiento, que sientan emociones diversas, que profesen una
filosofía de la vida dispar, ... entiendan de manera distinta las notas
de una misma partitura.
¿No ocurre lo mismo cuando dos actores recitan un mismo texto? Tienen
voces distintas, el forte es de distinto nivel sonoro, la velocidad con que
declaman, el ritmo interno, la duración de las pausas, los puntos de
mayor énfasis, ni son iguales, ni sería posible que coincidieran.
Ni los copistas de Velázquez en el Prado, ni esos imitadores que
parodian a artistas y políticos logran perfeccionar el original. Porque
la perfección no vendrá jamás de la mano de copistas o
imitadores.
¿Que es, pues, la autenticidad, la fidelidad ... ? Más que de
fidelidad a secas, deberíamos hablar del "grado de fidelida0 con
que el intérprete reproduce el pensamiento artístico de un
compositor.
Fidelidad a la obra mas que al compositor, dado que un compositor puede usar
diferentes medios de expresión a lo largo de su vida. Debemos hablar,
pues, del estilo propio de cada obra y no de cada compositor. El
intérprete debe ser fiel al estilo y a ello le ayuda conocer qué
hay de un autor en otro o qué hay de una obra en otra de ese mismo
autor.
No siempre existen fronteras nítidas. ¡Cuántas veces las
últimas obras de un compositor son más evolucionadas que otras
obras de una primera época de un compositor posterior. Pensemos en
Mozart y Beethoven. Me ha parecido siempre fascinante descubrir qué hay
de Bach en Mozart, de Mozart en Beethoven, de Beethoven en Brahms, etc. He
aquí un ejemplo de cómo la música trasciende fronteras
temporales.
Ante una obra bien escrita no podemos ser arbitrarios. El trabajo de
preparación de esa obra nos tiene que llevar al punto en que hasta la
realización del más mínimo detalle que aparece en la
partitura sea una necesidad musical para el intérprete. El estudio nos
tiene que llevar a una relación tan intima con la obra que lleguemos a
sentirla como parte de nosotros mismos.
El detalle y el conjunto están íntimamente unidos. Considerar
cada detalle de forma aislada producirla una interpretación efectista,
acaso arbitraria y sin relación coherente con el todo, lo cual
haría del detalle un "efecto sin causa". Por el contrario,
encontrar el nexo entre el conjunto y sus detalles, nos permitiría
conocer la causa de cada efecto.
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